Prólogo
(Quince años antes, o sea: siglos)
1.
Mañana temprano: un hombre se despierta soñando. Desde la rendija de su cartónembalajedefrigorífico, ahora casa-cama-plegable-para-dormir-donde-sea-conque-no-llueva, vislumbra un sol naciente y una luz feliz.
Toda la ciudad duerme. Es un domingo de junio. En el Centro, Los Vips acaban de caer sobre sus colchones de agua mineral Pepsicoca con la nariz todavía empolvada y la boca reseca. Los MásVips no duermen porque su sueño y sus vacaciones son el trabajo: sencillamente reposan conectados por intravenosa al ordenador en stand-by.
El Pabellón de Gobierno está casi vacío. Casi. Una, dos, tres sombras se mueven disimuladamente en la semioscuridad que el sol va hiriendo poco a poco desde la cúpula de cristal de Bohemia, hasta formar una única, monstruosa sombra de cincuenta brazos, cincuenta piernas y un cerebro y medio por un total de dieciocho matabazooka, ochenta y tres uzimetrallas, doscientos veinticuatro ananas-bomb, una cantidad indeterminada de balas simples, tres cajas con minitanque de montaje rápido y una manita de plástico rojo de tres centímetros por cinco en inequívoco y suritálico gesto escaramántico (cuernos). La única cabeza y media del monstruo está atareada en dos distintas actividades: Coco, asistente-guardaespalda cerebrientero, dormita en uno de los bancos forrados de piel del Pabellón. El asistido guardaespaldado, General Franco Musolón, o restante mitad cerébrica del monstruo, está pensando que hoy es un día más cerca del comienzo que del final del mundo y de su soñada, deseada, ansiada Niúespaña, y, como todas las veces que se sumerge en pensamiento tan elevados, compone versos:
será grande, potente y ordenada
seremos otra bez imperio
y yo su cacique elegido (por mi)
justo, firme y severio.
(El mediocerébrico Musolón es de origen itálico, aunque de segunda generación, tiene una pasión: los versos —suyos— y un conocimiento menos que aproximado de la ortografía y de la versificación. Por eso odia a los poetas. Y a los correctores.)
Arrastrado por la emoción de su imagen mediocerébrica de Niúespana, tiene un improviso espasmo, los tacones se juntan con una explosión seca, el brazo se le dispara hacia la cúpula, la mano tendida en un haz romano de nervios contraídos y la boca hace lo suyo, añadiendo un pensamiento de 800 decibelios que suena, inequívoco y chillon:
—¡Arriba!
La sombra silenciosa tiene un estremecimiento unísono, veinticinco brazos derechos se disparan improvisa, romana y silenciosamente hacia lo alto, Coco se despierta mientras el sol naciente empieza a filtrarse por la cúpula acristalada, iluminando tímida pero inequívocamente el enésimo golpe de estado.
2.
En la periferia del Centro, el hombre que se ha despertado soñando dobla con cuidado los cartones, los ata con una cuerda y sigue soñando. “La vida es hermosa”, dice en voz alta y no se acuerda de que ayer paseó cuatro veces seguidas sobre el puente Másaltonosepuede, acristalado con barreras de plexiglás antibala y anticabezazo para evitar esas que la telemirón llama “las trágicas muertes voluntarias” que se retransmiten en directo con un share altísimo, sobre todo a la hora de la comida. Sueña que tiene una casa y un equipo donde puede escuchar a Debussy y a Siniestro, una mujer que no se le ha escapado con el Rey de la Hamburguesa de Petirrojo, sueña que tiene contrato fijo, seguridad social, bibliotecas sociales, y que los espíritus están contentos.
3.
En la periferia del centro, en el duodécimo piso del edificio Cooperativa Ex-Okupa, en cuyo portal el hombre que se ha despertado soñando está doblando cuidadosamente su cartónembalajedefrigorífico alias casa-cama-plegable-para-dormir-donde-sea-con que-no-llueva, Bebox está despierto, escribiendo en su cuaderno con un bolígrafo de punta gruesa que deja un trazo gordo y negro-azulado (el boli es un regalo de su padre, ése que un día se fue y no volvió, que se fue diciéndole que estaba enfermo, que estaba enfermo de sueños inacabados y que cuidase ese boli, que lo mimase y lo recargase con cuidado, y que cada mañana fijase siempre en el cuaderno sus sueños con ese trazo gordo y negruzco, grueso como una cuerda, que los atase con esa cuerda, porque era la única manera para defenderse de la enfermedad). Bebox tiene trece años pero aparenta diez con su cara de niño y esta noche no ha dormido para mirar el alba de un día que por alguna razón se le antoja especial, pero escribe igual porque él nunca sueña cuando duerme, nadie le cuenta historias en sueños.
Bebox es un pequeño genio pero nadie sabe que su Q.I. llega a las estrellas (él tampoco), como tampoco nadie sabe que Bebox sólo sueña en el baño, cagando (eso él sí lo sabe).
Bebox sueña solamente en ese rincón del baño y no sabe por qué pero no se lo pregunta, ya se ha acostumbrado a esa voz que le cuenta historias, a ese amigo logorroico y musical (siempre hay una música de trompeta como fondo, por eso el amigo se llama Bix). Y entonces escribe palabras de trazo grueso y negroazulado para atar las historias de Bix, y espera que algún día entre esas historias aparezcan algunas de las que soñó su padre, para atarlas, para que ya no se puedan escapar y quitarle un poco de peso a ese papá que quién sabe por dónde andará. Bebox escribe y ata historias y sueños porque si sigue atando sueños tal vez su padre se cure. Tal vez se cure y, sobre todo, vuelva.
Porque Bebox sabe una cosa: que los sueños, esas historias que alguien te cuenta en la cama —o cagando— son muchos, muchísimos, pero no son infinitos, se repiten, a veces se transforman, pero no se crean, según dice la IIIª Ley de la sueñodinámica de su padre, ex catedrático de Deseología y experto en Oniricología antidepresiva: los sueños, eso Bebox lo sabe bien, están allí desde siempre, se reciclan, se repiten, son siempre los mismos. Y si se repiten puede que algún día tope con algún sueño de los que soñó su padre y lo apunte, lo escriba, lo cace para que su papá se cure, para que vuelva. Por eso Bebox está despierto, ahora, porque acaba de salir del baño, donde cagando ha estado mirando el alba y escuchando a Bix que le contaba unas historias, unas historias extrañas eso sí, pero con la misma trompeta desgarrada de siempre como fondo. Y ahora escribe.
Pasa que algo desgarra el Tiempo y ya no estás cuando y donde tendrías que estar, donde están las cosas, porque siempre estás un poco en otro sitio, y no llegas nunca a tiempo. Con nada. Hay un montón de citas, con las emociones, o con las cosas, y tú estás siempre persiguiéndolas, o llegando antes, estúpidamente.
Eso es lo que antes me contaba Bix, el pianista, en el baño, mientras yo cagaba. A veces Bix es un poco extraño. Yo escribo todo lo que me cuenta, como si me lo dictara, aunque no lo entienda. Pero me huele que, de alguna manera, Bix siempre me cuenta lo mismo, aunque ahora que lo pienso, siempre es diferente: son historias. Bix me cuenta historias y siempre son bonitas o tristes, y siempre mientras yo miro fuera de la ventana del baño, sentado e indefenso. Y hoy Bix me contó lo que ocurría en una mañana como esta, en el Centro, mientras toda la ciudad dormía, debajo de una cúpula de cristal donde un enorme monstruo de cincuenta brazos y cincuenta piernas se movía disimuladamente...
Aporrean la puerta. Bebox se levanta preguntándose quién puede ser a las cinco y media de la mañana. Piensa en su padre, y el corazón empieza a latirle fuerte. El papá catedrático, carpintero-diletante y juguetón, ojalá, papá, volveremos a meternos en la bañera, nuestro barco pirata, y viajaremos otra vez a La Escondida, a ver a Mamá Bonga y a Manja, que se me prometió la última vez que estuvimos ahí comiendo esas setas pintas tan buenas con el Viejo Capitán que ya no vuelve porque Abuela Bonga le trata muy bien y a lo mejor acabarán casándose...
En la puerta hay dos señores trajeados y detrás dos enormes batiblancos con los brazos peludos, parecen enfermeros. Quieren que Bebox vaya con ellos: la Unidad InforMirona ha detectado unos síntomas peligrosos. Sólo se tratará de una sencilla revisión en el hospital militar —dicen serios pero tajantes— cosa de un par de horas, luego podrás volver a casa. Ha habido varios casos en la ciudad, cosas de sueños. Bebox no entiende, el señor es antipático pero le gusta eso de la Unidad InforMirona y del Hospital Militar, suena todo tan a aventura, a barco pirata y a Mamá Bonga y el Viejo Capitán. Suena tanto a papá. Bebox piensa en su papá y se acuerda de que no ha escrito todavía lo que le ha contado Bix y que por favor ¿puedo llevarme mi cuaderno de los deberes? (Bebox también sabe mentir muy bien)
—¡Date prisa, mocoso!
……………………………………
El hombre que se despertó soñando mira desde su escondite (un enorme cubo de basura detrás del que se escondió al ver los milicos de la Brigada Musolón 1º llegar con la furgoneta al Edificio Ex-Ocupa) los cinco hombres que salen del portal. Reconoce a Bebox y se estremece. “Él también está enfermo”, piensa. “Y ellos lo saben.”
En ese mismo momento, de unos altavoces escondidos en las farolas, el General Franco Musolón comienza su primera y agramatical arenga a la Ciudad (su familia lleva casi un siglo en España y posee un vocabulario básico de dos mil palabras, no conocen los acentos, odian los subjuntivos —suenan demasiado a sub-oficial y subordinado— y la b y la v le dan igual): “Compartiotas, tocamos diana en esta clara mañana para que sepais de que Niuespaña ha nacido nueba (como dice el mismo nome). Asi que todos en la Plaza Grande a homenajear a mi, y al quien falte, hostias calabozo tortura picana submarino seco y mojado, falanga, colillas encendidas en los genitales y otras cositas que yo me sé”. (En esta última parte de frase —con la que cerraba siempre sus discursos— nunca cometía errores.)
Así empezó todo.
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