A modo de prólogo, y desahogo, antes viene lo personal. Si quieres, sáltatelo.
Si no he escrito nada en las últimas semanas, es por que no sabía qué escribir. Y no sabía qué escribir porque a lo largo de todo este tiempo (y hasta lo que mi rodilla rota me lo ha permitido) he estado intentando meterme, ganarle el pulso a ese escepticismo que parece crecer cada vez más dentro de mí —cosa que, dicho sea de paso, no me gusta nada— y vivir, otra vez, un sueño.
Yo soy una de esas personas demasiado autonscientes para las que el cuasi-oxímoron "vivir un sueño" ha sido siempre muy difícil de conciliar y ni quiero hablar de realizar. Sin embargo, a lo largo de mi vida, en muchas ocasiones he logrado abrir el libro de los sueños comunes —y en otras crearlos, directamente, involucrando a la peña—, suspender la incredulidad y adentrarme con los demás en el sueño. Sin embargo, y con toda probabilidad a causa de esa maldita herencia que me han dejado mis padres
(la vida no es bonita, pero es original)
a mí el sueño siempre me duraba menos que a los demás, lo cual, para que os pueda dar una idea, es como haber pasado una noche estupenda de borrachera, acampados en la playa, una de esas noches de "comunión" con los demás y el universo,y al día siguiente, por algún castigo cósmico, ser el primero en despertarse, muy muy temprano, con una resaca tremenda, nadie con quien hablar, la hoguera apagada, y la realidad de que es domingo y que hoy hay que coger el coche y volver a casa porque mañana es lunes y hay que currar).
Es decir que yo, al que todo el mundo considera un pasional y pasionario, he perdido el mapa que usaba cada vez que tenía que volver a buscar a mi pasión, y no la he podido encontrar. Y esto me ha puesto muy, pero que muy triste.
Y ahora, poco a poco, la reflexión
(después de terminar de escribir: veo que sigo en lo personal, así que, si quieres, puedes evitar leerte el artículo entero)
Antes que nada, relajaros unos minutos, leed este artículo de El País y luego mirad este vídeo:
Ahora bien, seas de derechas, de izquierdas, hetero, homo, mono, bi, tri, cuadrisexual, de cualquier color y raza y si vives en este primer mundo (especifico, porque en otros países esto ni se plantea: las urgencias son tan más acuciantes...) me resulta difícil imaginar que estés en desacuerdo con esto. Me corrijo: posiblemente no te reconozcas en esto si eres el dueño de una gran empresa, si juegas en bolsa, si especulas, si piensas que no somos todos iguales y no tenemos todos los mismos derechos, sino que algunos son más iguales que otros; si eres uno de los cuatro que se alimenta de los cuarenta millones, como dice mi amiga Sara; si eres un político corrupto —me corrijo otra vez, si eres un político al uso—; si eres un egoísta y/o un insolidario.
Dice Sara en su blog Grandes Esperanzas:
No se trata de que votemos al mismo partido, ni de que creamos en las mismas cosas. No se trata sólo de la corrupción, del bipartidismo, de la ley electoral o de la crisis hipotecaria. Tampoco es únicamente que el talento no llegue nunca arriba, porque sólo interesa que el incapaz gestione, no vaya a ser que el que sabe tenga un ramalazo de honestidad y arrastre a los cuatro que se alimentan de los cuarenta millones.Se trata de caminar hacia una sociedad en la que nuestros hijos no encuentren justificable —y preferible a la alternativa de estudiar Comunicación Audiovisual— tener sexo ante unas cámaras para poder ganarse después la vida de contertulios en un programa de televisión. Una sociedad en la que el beneficio económico o el miedo a la indigencia no justifique cualquier medio, cualquier comportamiento. Detrás de los políticos que no gravan a las empresas ni a los millonarios, que permiten el rescate de la banca y la sangría al ciudadano de a pie, estamos TODOS. Todos los que nos plegamos a las normas de nuestro banco, que nos elimina las comisiones cuando cobramos tres mil euros pero nos pone mil más si estamos en paro, cobramos el día 10 y tenemos descubiertos; todos los que comprendemos que uno se gane la vida a costa de la explotación, de la enfermedad, de la especulación, del engaño, porque ‘aquí cada uno se tiene que buscar la vida como pueda’.¿Por qué nos parece normal que nos pidan una licenciatura, un máster e idiomas para ejercer un puesto con 800 euros de sueldo y que, sin embargo, nuestro jefe de gobierno necesite un intérprete para hablar con otros dirigentes? ¿Por qué cuando acompañamos a un enfermo en un hospital y vemos que en la cafetería los precios son desorbitados decimos ‘es normal, se aprovechan porque no hay nada más alrededor’? ¿Es que hemos aceptado que la explotación de las miserias humanas es lo que mueve nuestro mundo?La revolución ética debe partir del epicentro personal de cada uno. De la honestidad, de elaborar el propio camino paso a paso, intentando ser consecuente con las creencias personales. Y digo ‘intentando’, porque parto de que el ser humano es imperfecto y nunca logrará una utopía homogénea, ni siquiera en su propia vida. Las contradicciones nos construyen.
Me gustaría que alguien se atreviera a contestar (en el sentido de impugnar, de replicar) lo que Sara dice. Yo no puedo evitar compartirlo plenamente, y eso que no soy —lo fui, durante tiempo pero ya no, por lo menos por ahora— de los que ganan 800 euros al mes sino tres veces tanto.
Ahora bien, yo bajé a la plaza, en muletas, y teniendo mucho cuidado, porque la rodilla destrozada en el accidente requiere cuidados extremos, y en la plaza vi, observé, escuché, hablé, polemicé, me enfadé (sin muchas ganas), me arrepentí de haberme enfadado (con mucha culpa), y sentí y hasta me dio vergüenza ajena la confusión, el no saber explicarse, el protagonismo puro del micro abierto, la falta de claridad en los objetivos... pero también vi la rabia, el malestar compartido, las ganas de ser protagonistas y hacedores de la propia vida y de la propia felicidad...
...y la indignación, señores, la indignación de muchas personas que, con estudios o no, están hoy más o menos informados —más o menos, pero informados, y mucho más que ayer— de cómo de todos los causantes de la Crisis (tanto personas como empresas, pero personas, al fin y al cabo) que han destrozado la vida de centenares de miles de familias que han acabado viviendo en la calle en todo el Primer Mundo, de cómo, decía, ni uno ha tenido una sentencia de prisión ni una multa más o menos significativa, sino que, por ejemplo en EEUU, muchos de ellos han acabado formando parte del gobierno de Obama (insisto, hablo de este Primer Mundo porque es el en el que vivo, parásito, a su vez, y vampirizador de los otros "Mundos" que malhabitan nuestra madre Tierra). De paso sea dicho, como dice el artículo que mencioné al comienzo: el 50% de los congresista de EEUU son millonarios.
Vi todo eso, y vi como, muy poco a poco, verdaderamente muy poco a poco, ese malestar fue concretándose en muchas propuestas, y cómo ésas propuestas han ido limándose, tratando de recoger consenso (¿os suena? ¿no lo habéis estudiado? eso se llama democracia... Porque no, democracia no es esto a lo que estáis acostumbrados, esto en donde otros deciden por tí, sin que tú puedas hacer nada, sin que tu voz tenga ningún peso).
Vi todo eso, pero no pude disfrutarlo. Estaba yo en el medio, en el meollo, y no me lo creí. Será que tengo un bajón generalizado, será que mi novia me dejó hace meses y yo la sigo queriendo y todo me parece gris sin ella, será que esto ya lo he vivido y presentí la frustración... Sin embargo estuve. Porque, lo viva yo con ilusión o no, la ilusión del cambio no debe apagarse, ya que es la única que puede provocar un cambio verdadero y real.
Lo que ahora queda, y esto es lo más importante, es el compromiso. Sin compromiso no hay nada. Si no hay compromiso, la voluntad flaquea. Si no hay compromiso, no se puede crear nada. Bien lo sé yo, que perdí algo muy grande por no comprometerme. Y el compromiso es difícil de mantener, especialmente en carreras como éstas, que son carreras de fondo. Porque las plazas se vaciarán, las acampadas terminarán o serán desalojadas a porrazos. Y entonces habrá que mantener el compromiso con uno mismo, sin el respaldo de la masa colorida y jubilosa de la plaza. Habrá que mantener el compromiso con el vecindario, con el barrio, con la señora de rulos que se queja de su pensión de viudedad pero que sigue votando al PP y alquilando su plaza de garaje al vecino del tercero por 200 euros, la muy... pero que baja a la reunión porque hay que cambiar las cosas, no se puede ya vivir así, ésa juventud tiene razón... y ponernos todos de acuerdo, un acuerdo de mínimos, algo que nos haga feliz a todos, y mantenerlo, día tras día. Yo no supe hacerlo conmigo mismo, y perdí lo que más apreciaba, así que me permito decirlo: el compromiso hay que tomarlo con amor, paciencia, perseverancia y sobre todo, positividad.
Comprometernos a bajar a la plaza cada mes. Para que nuestros lazos se mantengan y para que todos vean que seguimos allí. Comprometernos a bajar al barrio.
Comprometernos, sobre todo, con nosotros mismos.
Dedico mi compromiso a mí mismo y a P. (para que sus hijos, que ya no serán míos, tengan un mundo un poco mejor en el que vivir y crecer).