21 Dec 2013

La palabra que no se puede decir (*)

Somos ya pocos los que sabemos que la madre del ministro quería abortar. Yo trabajaba en el hospital, de mozo, limpiando, y se lo oí decir muchas veces.

Decía, la madre del ministro, que odiaba "esa cosa" (lo decía, así, sin preposición: sentía que aquéllo que llevaba ahí dentro no tenía ni el menor atisbo de humanidad), y que Dios la perdonara, pero que aquello no lo quería, que llevaba dentro un veneno, un engendro, algo asqueroso. Que ella lo que había querido era un hijo, y no esa cosa que llevaba en la barriga. A escondidas del marido, decía, comía enteros manojos de perejil y luego se pegaba hostias a la barriga, esperando que aquéllo muriera y se le provocara un aborto.


Luego se persignaba, dice, y rezaba, pidiendo perdón al Todopoderoso y preguntándole que por qué, por qué a ella, que por favor, por favor, sácame esto de aquí, ¿por qué me das esta cruz?

Pero la cruz, decía la madre del ministro, la tuvo que llevar hasta al final. Hasta el final de mi vida, decía, tendré que llevarla. Y aquello nació. Y como cruz que era, decía la madre del ministro, nació aquello cruzado.

Se lo veía en los ojos, decía la madre del ministro. Se lo empecé a ver en los ojos desde que nació: desde su primera mirada supe que él lo sabía, que sabía que era yo quien le daba puñetazos a través de mi barriga. Se lo veía en los ojos que me odiaba. Igual que yo le odiaba a él. Se me fue la leche, tenía los pezones en carne viva por las mordeduras de aquél engendro y aquéllo, dios mío, me lamía la sangre. Se lo dije al cura y me dio cuarenta Ave Marías y cuarenta Padre Nuestros.

Eso decía la madre del ministro.

Dicen algunos, ahora (ahora que la mitad calla y la otra mitad espera en silencio o sólo comenta la situación en voz baja y en casas de amigos y confiados, ahora que todo lo feo ha ocurrido), dicen algunos que es por eso que el ministro odiaba a las mujeres y creía que eran cosas y que como cosas había que tratarlas, que pegaba a su mujer y que le habría gustado pegarlas a todas. Ahora que las mujeres ya no pueden votar y deben por ley obedecer a los maridos y pasar la primera noche de bodas en una de las casas de los doce hijos del ministro —tal y como dice la Nueva Biblia Reformada, que hace de texto sagrado amén que de Constitución— ahora, en las noches de invierno, cuando nos reunimos en los sótanos a la luz de las velas (hay que apagar la luz a las 10 y media, hay que mantener las persianas siempre abiertas y cualquier tenue halo de luz puede significar la visita intempestiva de la Brigada), cuando llega el momento de los cuentos, las madres, que son las encargadas —por ley— de ocuparse de los retoños, les cuentan a los niños que hay una palabra que no deben pronunciar nunca, pues está prohibida. Y les cuentan que esa palabra que han oído quién sabe dónde y que preguntan qué es, no es, como dice papà, "algo que se puede comer pero que ya no existe", sino una palabra mágica que hace que vengan los malos de la Brigada para llevarse a mamá y papá, si se la oyen decir en la escuela.

Porque ésa palabra, "trauma", es la palabra que no le gusta oír al ministro, que le pone furioso, le transforma en algo muy feo. La psicóloga que, justo al comienzo de "todo lo feo", había publicado un artículo diciendo que el ministro tenía un fuerte trauma infantil, probablemente prenatal, por el que había desarrollado varios complejos y síndromes al mismo tiempo (de Faetón, de Zeus, de Cronos, y la variante de Edipo Violador) fue encarcelada, torturada y justiciada al garrote vil.

Cuando las velas se apagan, los niños se agarran a las faldas de la madre (a las mujeres les está prohibido llevar pantalones, ahora) y se van a la cama temblando. Antes de irnos a la cama, a los maridos nos hacen una paja, porque así estamos tranquilos, que hijos ya hay demasiados y ahora que incluso han prohibido la venta del film transparente (las parejas lo utilizaban como preservativo, desde que aquellos se prohibieron) hay que cortarse un poco.

Una vez al mes lo hacemos por detrás.

Pero no es lo mismo.



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* Relato de ficción. Cualquier parecido de este relato con la realidad es mera coincidencia. De la misma manera, cualquier inferencia, deducción, conclusión, ilación, conexión, relación, derivación o conclusión que el lector pudiera crear y/o inferir a partir de este relato de ficción es producto de la mente y de la imaginación del propio lector.


5 Mar 2013

Life and figs

A friend sends me some few lines. Her life, those little daily things that make life being wht life is: life.
She's far more generous than I am: her letter (yes, you can still write letters, even if you send them by email) answers my previous little shabby email with nice words, lots of them.

And then, something which is possibly the real answer. A text from Sylvia Plath:

“I saw my life branching out before me like the green fig tree in the story. From the tip of every branch, like a fat purple fig, a wonderful future beckoned and winked. One fig was a husband and a happy home and children, and another fig was a famous poet and another fig was a brilliant professor, and another fig was Ee Gee, the amazing editor, and another fig was Europe and Africa and South America, and another fig was Constantin and Socrates and Attila and a pack of other lovers with queer names and offbeat professions, and another fig was an Olympic lady crew champion, and beyond and above these figs were many more figs I couldn't quite make out. I saw myself sitting in the crotch of this fig tree, starving to death, just because I couldn't make up my mind which of the figs I would choose. I wanted each and every one of them, but choosing one meant losing all the rest, and, as I sat there, unable to decide, the figs began to wrinkle and go black, and, one by one, they plopped to the ground at my feet.”


Thanks, A.
Yes, it's a matter of choices. And being brave and not voracious, velleitely voracious.



21 Feb 2013

La Ventura de llamarse Fernando




«La mentira, es decir, el relato de las bellas cosas falsas, constituye el fin mismo del arte.» 

La importancia de llamarse Ernesto 
(Oscar Wilde)


Fernando Ventura también miente, a su manera, cuando relata una realidad de que de bello no tiene ni un pelo. La realidad de Fernando no es bella. Su realidad es una realidad peluda: lo que tiene es vello, no bello. Fernando Ventura hace arte. A pelo. Y sin embargo, el fin de su arte no es el relato en sí mismo, como dice Oscar Wilde, sino la mera contrucción de un salvavidas.

Fernando Ventura tiene un nombre que es una paradoja. O tal vez no. A él supongo que no se le ha ocurrido nunca. O tal vez sí, quién sabe.

Fernando vive en la calle, «hace la calle» desde hace tiempo. Fernando es uno de esos a los que el lenguaje descarnado del pueblo ha llamado desde siempre «pobres» y a los que hoy se les llama «sin techo» —a la espera de que en la Real Casa de la Hipocresía, donde desde hace un par de siglos se acuñan las palabras de la desigualdad, salga un término mejor, que dé aún menos miedo pero que cree aún más distancia de los que pobres no lo son.

Fernando vive la desventura de no tener —repito sus mismas palabras: "no tengo novia, no tengo dinero, no tengo nada"— y  al servidor que escribe esto el llamarse Ventura de este Fernando se le antoja como una mala broma de algún dios burlón (y gilipollas, como todos los dioses). Sin embargo Fernando se llama Fernando. Y si los nombres algo tienen que ver con la persona que los lleva —Fernando quiere decir, lo dice Santa Wikipedia «vida aventurera» o «el que se atreve a todo por la paz»— éste es seguramente su caso.


Fernando es un outsider. No es sólo un marginado, sino un verdadero outsider. Y lo que hace, ya que nos permitimos darle una etiqueta, es lo que desde hace un tiempo p'acá se viene llamando Arte Outsider, or Art brut, ya que el término lo acuñó un francés, Dubuffet.

Fernando retrata caras. De conocidos, de gente de la calle —gente que hace la calle y pone al descubierto las miserias que muchos no queremos ver— y lo hace desde dentro. No te saca el alma, ni lo pretende. Sino que saca su alma, y la vierte sobre todo papel dibujable que encuentra por ahí (y a veces compra). Si Fernando te retratara, no te reconocerías, porque en todos sus retratos Fernando se retrata a sí mismo. En cada trazo de carbón hay un miedo, una congoja, una risa sardónica, una vibración cósmica, de ese cosmos que es el mundo interior de uno, ese caos primigenio que cada uno tiene dentro, quiera o no quiera verlo. No sé, ni quiero saberlo,  que hay dentro de ese big-bang que se gesta continuamente en la psique de Fernando, como también en la tuya que estás leyendo esto, pero lo intuyo cuando me planto delante de sus retratos. Y lo que se intuye es algo que remueve, porque le pone a uno delante de su propia alma, de su propio continuo terremoto cósmico que  tiene lugar en nuestra propia psique. Uno podría decir que tiene algo de Munch, o de Bacon, pero si hay algo en lo que se le puede comparar a estos que acabo de mencionar es precisamente en eso: en esa cosa líquida, viscosa, ese caldo primordial hecho de miedos, de gritos silenciosos, de magma infernal que alimenta las peores pesadillas que invaden los sueños cuando algo destapa el vaso de Pandora de nuestras ánimas.


Sé algo de la vida de Fernando, de su período en un grupo punky, de sus noches y días alcóholicos (ya no bebe, desde que ha empezado a dibujar), de su insaciable hambre de palabras (Fernando devora libros, uno al día, en los siete largos lunes al sol que conforman su semana), pero su vida no es algo que yo vaya a relatar aquí, sin su permiso. Aquí sólo quiero enseñar algunos dibujos, con unas fotos sacadas con un teléfono en la Galería Alegría, en la Plaza de Cascorro de este Madrid capital que tanto extraño desde mi exilio Sevillano.


Los dibujos hablarán por sí solos. Pero las fotos son fotos. Hay que ir allí, en la Galería Alegría, y verlos. Y hablar con él, con ese hombre que tiene la Ventura de llamarse Fernando, y que miente tan bellacamente mezclando las caras de la gente y su alma en un combinado que no vais a encontrar en ningún bar. Ni en ninguna galería. Excepto en la Alegría, ésa que tiene la Ventura de tener a Fernando.

Para el que quiera saber más sobre Arte Outsider, aquí va una página que os va a deleitar: El hombre jazmín.

Ahí van los dibujos de Fernando (gracias al Hombre Jazmín por ceder algunos de ellos y por descubrirme a Fernando).