Todo el mundo puede equivocarse. Por eso los lápices vienen con una goma en un extremo.
Lenny (Los Simpson, 1989)
Le preguntaron a Mahatma Gandhi cuáles son los factores que destruyen al ser humano. Él respondió así:
«La Política sin principios, el Placer sin compromiso, la Riqueza sin trabajo, la Sabiduría sin carácter, los Negocios sin moral, la Ciencia sin humanidad y la Oración sin caridad. La vida me ha enseñado que la gente es amable, si yo soy amable; que las personas están tristes, si estoy triste; que todos me quieren, si yo los quiero; que todos son malos, si yo los odio; que hay caras sonrientes, si les sonrío; que hay caras amargas, si estoy amargado; que el mundo está feliz, si yo soy feliz; que la gente es enojona, si yo soy enojón; que las personas son agradecidas, si yo soy agradecido. La vida es como un espejo: Si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa. La actitud que tome frente a la vida, es la misma que la vida tomará ante mí.El que quiera ser amado, que ame»
Yo no soy Gandhi (¿alguien lo duda?), sino más bien uno humano, demasiado humano, como diría Nietzsche, y tan humano que, a pesar de haber comprobado —experienced, como dicen los ingleses— a lo largo de su vida que lo que dice Gandhi, ese grandísimo cronopio, es una verdad tan sencilla como grande, se le olvida y vuelve a tropezar una y otra vez con las mismas piedras. Las mismas piedras que —será que con la edad a uno se le modifica la visión— a pesar de ser las mismas en contenido, en continente parecen ser cada vez más grandes, cuando se presentan allí, en el medio del camino que uno recorre. Y tan grandes que parece casi imposible no tropezarse otra vez con ellas.
Esta reflexión de andar por casa (no soy capaz de otras reflexiones que no sean así, muy caseras, con cierto olor a col cocida, pimentón y sábanas de dos semanas con aroma a humanidad) le surge a uno porque en las últimas dos semanas, tras un sorprendentemente largo período de equilibrio y ecuanimidad, este servidor se ha tropezado con tanta piedra que tiene las piernas (y el alma, que siempre es espejo de los pies: el alma se forja en el camino) magulladas de tanto tropezar.
Errare humanum est, decía Séneca, pero perseverar es diabólico (o sencillamente, muy jodido). Y errar, a veces se me antoja pensar, tiene tanto que ver con el tropezarse, y el tropezarse con el andar, y el andar con el errar. Errantes somos, vagabundos que se equivocan una y otra vez, olvidándose de esa verdad cronopial que nos brinda Gandhi (y, sin ir más lejos, nuestras propias experiencias): pretendemos que nos sonrían sin regalar nosotros una sonrisa; que nos cuiden estando nosotros enojados. Qué verdad más simple: cómo voy a pretender que X me sonría si yo le vierto encima mi enojo... Cuando estamos ante al otro (y ante la vida) como decía el cronopio Gandhi, estamos ante un espejo: el de nuestras almas.
En estas piedras se ha tropezado este servidor últimamente, cuando pensaba haber alcanzado un equilibrio kármico de nivel 3 (hay 10, por lo menos, yo soy un principiante). Y es que los equilibrios no se alcanzan: se mantienen. Y con trabajo. Está eso en la naturaleza misma del equilibrio: lo hay cuando la suma de fuerzas y momentos sobre todas y cada una de las partes del cuerpo se anulan. Y eso supone que hay fuerzas en juego.
Uno reflexiona en bata y pantuflas (es un decir), de manera casera, y las palabras, esas perras negras que a uno le muerden los tobillos, pujan para salir, peo el cerebelo avisa por medio de bostezos ipopotámico que ya es hora, y que quiere desconectar. Le vamos a hacer caso.
Buenas noches