8 Apr 2012

Solitariedades (improvisolos #1)



once you realise you're not obligated to persuade others about your existence, it becomes a lot easier to exist.
(Sloane Crosley)








Llevo unas cuantas decenas de minutos mirando la pantalla en blanco. Ésta la demostración más clara de que hablar de esto es, para mí, un argumento rather complicate. Con esto no quiero decir que normalmente mis dedos corran sobre el teclado confiados y con esa fluidez despreocupada que uno piensa suelen tener los que se dedican a escribir (bytheway, yo no me dedico a ello), qué va: a mí siempre me ha costado dios y ayuda darle a la tecla: una idea siempre ha conllevado su contrario,  y con ello la difícil tarea de analizar y decidir (desde fuera parezco tan blanco y negro para tantas cosas, pero yo sé bien el columpiamen de ideas que hay detrás de esa pantalla). Pero hoy no se trata sólo de eso. No depende de que me fallen los argumentos, blancos y negros y grises, sino lo que me falla es el pudor. Y cierto coraje. Y la pereza, esa estratagema tan mezquina con la que la mente cubre la falta de coraje. Porque hablar de esto significa desnudarme yo frente de mi mismo, mirarme en bolas delante de un espejo crudo. 


No voy  hacer muchas confesiones, no os preocupéis. El strip-tease que me toca es de puertas para adentro. 


Hoy, pues, en mi andar de bitizen (de citizen en un mundo de bits: le debo el neologismo a mi amigo Cosmopato Martín), me he topado con un artículo, un vídeo y un poema, (el poema, si uno lo quiere llamar así, es el texto que se escucha en el video* y se puede leer allí, en youtube, y aquí más abajo). No los buscaba, y eso me hace pensar en que el azar, esa ruleta de la suerte, tal vez no sea tan tal. 

La soledad. La elección de la soledad. 

Cuanto más lo miro, del derecho y del envés, cuanto más lo analice y lo piense, más me convenzo de que, a pesar de que no lo queramos aceptar, los que estamos solos (habrá que matizar, más adelante, eso de "estar" solo: me refiero al vivir solos, sin pareja, y en ocasiones lejos de los amigos) lo estamos porque lo hemos elegido. Hemos elegido estar solos. Hemos elegido volver a casa, abrir la puerta y saber que lo que nos espera es el silencio, roto sólo por los ruidos que hacemos: el sonido sordo de la mochila dejada caer al suelo; ese ruido —tan cotidiano, tan de siempre— que hacen las llaves al dejarlas en la mesa; el abrir el grifo para que corra agua antes de tomar un vaso (yo siempre me paro unos segundos al ruido del agua: me puede.); tirarse un pedo en el medio del salón y saber que no llegará esa cara de fingido asombro y el comentario "¡pedorro!" de cuando alguien más compartía el papel higiénico, los plátanos en el frutero encima de la mesa, las pelis y algunas cuantas cosas más.

Se me ocurre, parándome a pensar un poco más detenidamente, que más que soledad debería hablar de solitariedad. Estar solo, en un mundo de billones de seres vivientes (y supuestamente o potencialmente sencientes), es una elección. El solitario elige la solitariedad. Las situaciones, la circunstancia (sí, la de Ortega), decimos, nos obliga nos moldea, nos jode —decimos y nos quejamos— y sin embargo en muchos casos, y en muchos momentos de nuestra vida, no nos percibimos como lo que potencialmente todos somos: moldeadores si no de la circunstancia por lo menos sí de la manera en la que podemos vivir esa circunstancia (de la que en parte somos ignaros creadores): creativamente, buscando y potenciando lo que nos conviene, lo que nos hace estar bien.


Me he lamentado, durante mucho tiempo, de esta soledad. Y muchas veces el despertar es un momento de angustia cósmica en el que se suman todas las preguntas sin respuestas, desde las más metafísicas (por qué y para qué) hasta las más circunstanciales (voy o no voy a nadar?). Pero las lamentaciones, llevo viendo desde hace un tiempo, son una manera de huir de la toma de responsabilidad. De una responsabilidad muy personal: la de hacer de cada día, de cada hora, de cada minuto, a ser posible, algo digno de ser vivido. Tomemos o no la vida como un regalo, el hecho es que está aquí: vivimos, existimos, y somos en buena parte capaces, potencialmente, de hacer de nuestras vidas un infierno o algo digno de ser vivido. Es una cuestión de elecciones. Y de actos.


Lo cierto es que actuamos. Y cuando actuamos elegimos. Y las palabras, como dicen también en mi país natal, se las lleva el viento: lo que define lo que hacemos y somos son nuestros actos. Si mandamos a tomar por culo a alguien no es porque nos hemos enfadado y no lo hemos podido evitar: hemos elegido mandarlo a tomar por culo. No valen justificaciones. Si nos vamos a la cama con alguien y nos despertamos al día siguiente pensando "mierda, ¿quién es ésta?", no vale con justificarnos con un "estaba borracho. Lo estábamos los dos". Eso puede ser verdad, con lo que comporta con respecto a la merma de capacidad de discernimiento que unas cuantas copas causan. Sin embargo, allí hay un acto que ha sido un acto consciente, una elección. 


Y entonces también la soledad es una elección. Se llama solitariedad. Puede que haya excepciones,  seguramente las hay, pero considerarse una de esas excepciones es caer en lo fácil, es huir de la responsabilidad. Solitariedad. De alguna manera este peculiar ascetismo lleno de comodidades, este ascetismo parcial, muy urbano y tecnológico de la solitriedad no es que una forma de epifanía de la carencia y, al mismo tiempo, su némesis. Por un lado manifestamos la falta de ese algo dramatizándola: quedándonos solos. Por el otro, esa elección, si llevada con la voluntad de no padecerla, encuentra su némesis en ella misma. Y es aquí donde me viene de perlas ese vídeo, y esa especie de poema que te dice, de alguna manera, que elijas tú también como vivir esa soledad. 
How to be alone (by Tanya Davis)
If you are at first lonely, be patient. If you've not been alone much, or if when you were, you weren't okay with it, then just wait. You'll find it's fine to be alone once you're embracing it.
We could start with the acceptable places, the bathroom, the coffee shop, the library. Where you can stall and read the paper, where you can get your caffeine fix and sit and stay there. Where you can browse the stacks and smell the books. You're not supposed to talk much anyway so it's safe there.
There's also the gym. If you're shy you could hang out with yourself in mirrors, you could put headphones in. 
And there's public transportation, because we all gotta go places. 
And there's prayer and meditation. No one will think less if you're hanging with your breath seeking peace and salvation.
Start simple. Things you may have previously (electric guitar plucking) based on your avoid being alone principals. 
The lunch counter. Where you will be surrounded by chow-downers. Employees who only have an hour and their spouses work across town and so they -- like you -- will be alone.
Resist the urge to hang out with your cell phone. 
When you are comfortable with eat lunch and run, take yourself out for dinner. A restaurant with linen and silverware. You're no less intriguing a person when you're eating solo dessert to cleaning the whipped cream from the dish with your finger. In fact some people at full tables will wish they were where you were.
Go to the movies. Where it is dark and soothing. Alone in your seat amidst a fleeting community.
And then, take yourself out dancing to a club where no one knows you. Stand on the outside of the floor till the lights convince you more and more and the music shows you. Dance like no one's watching...because, they're probably not. And, if they are, assume it is with best of human intentions. The way bodies move genuinely to beats is, after all, gorgeous and affecting. Dance until you're sweating, and beads of perspiration remind you of life's best things, down your back like a brook of blessings.
Go to the woods alone, and the trees and squirrels will watch for you.
Go to an unfamiliar city, roam the streets, there're always statues to talk to and benches made for sitting give strangers a shared existence if only for a minute and these moments can be so uplifting and the conversations you get in by sitting alone on benches might've never happened had you not been there by yourself
Society is afraid of alonedom, like lonely hearts are wasting away in basements, like people must have problems if, after a while, nobody is dating them. but lonely is a freedom that breaths easy and weightless and lonely is healing if you make it.
You could stand, swathed by groups and mobs or hold hands with your partner, look both further and farther for the endless quest for company. But no one's in your head and by the time you translate your thoughts, some essence of them may be lost or perhaps it is just kept. 
Perhaps in the interest of loving oneself, perhaps all those sappy slogans from preschool over to high school's groaning were tokens for holding the lonely at bay. Cuz if you're happy in your head than solitude is blessed and alone is okay.
It's okay if no one believes like you. All experience is unique, no one has the same synapses, can't think like you, for this be releived, keeps things interesting lifes magic things in reach. 
And it doesn't mean you're not connected, that communitie's not present, just take the perspective you get from being one person in one head and feel the effects of it. take silence and respect it. if you have an art that needs a practice, stop neglecting it. If your family doesn't get you, or religious sect is not meant for you, don't obsess about it. 
you could be in an instant surrounded if you needed it.
If your heart is bleeding make the best of it.
There is heat in freezing, be a testament.


Alguien a quien le gusta poner etiquetas podrá opinar que esto suena muy New Age. El que escribe esto, sin embargo, que vive en una era que se renueva cada día, lo ve como muy, muy práctico. Para los solitarios. Y, quien sabe, tal vez también para los que no lo son.

* notas al pie: releyendo me percato de que más arriba escribí "el texto que se escucha"... y he decidido no corregirlo. Me encanta lo sinestésico, y a pesar de que algunos de mis amigos no me entiendan (algunos pocos, sí): hay platos que me saben verde, o azul, o naranja, así como hay fruta que se me antoja caliente o fría, a pesar de tener la misma temperatura. Las notas, también, tienen colores, y cambian, según la tonalidad. En fin. Cosas de uno. 



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