4 Jul 2012

Mientras tanto, cógeme de la mano

Los libros que me gustan suelen soltarme la lengua. O los dedos, encima del teclado. Pero hoy ha ocurrido algo extraño: tengo la boca seca, la lengua hinchada, los dedos torpes. No debería de estar escribiendo, porque no va a haber el mínimo atisbo de magia en lo que escriba. Me he quedado, sencillamente, hueco de palabras, huero. Y, sin embargo —tozudo soy —quiero dejar constancia de ello. Y de lo que, creo, ha sido la causa.

Me descubren a un poeta. (Un regalo de G. De G de Gracias.) Me descubren una manera de contar la vida: Kirmen Uribe.

Os dejo en sus manos. O en sus palabras.

La isla

Es domingo en la playa para la gente de buena voluntad.
Desde la isla se oye un rumor lejano.

Vamos al agua desnudos.
Anémonas, salmonetes, erizos.
Mira, el mar mueve la arena
como el viento mueve el trigo.
Bajo el agua te veo.
Me gusta el lento movimiento de brazos y piernas.
Me gusta tu pubis convertido en alga.

Salimos del agua. Hace calor. Hay sombra entre pinos.
Tus brazos están salados, tu pecho salado, tu vientre.
la misma fuerza que une mar y luna nos ha unido.
Los segundos se confunden con los siglos y los siglos con los segundos.

Anémonas, salmonetes, erizos.
Es domingo en la playa para la gente de buena voluntad.


Beso

Mis pechos son pequeños y mis ojos redondos.
Tus piernas, largas y frías
como el agua de la fuente.
Te mordisqueo el cuello,
lo tienes firme, inmaduro aún,
como una nuez recién caída.
Te pones arriba y me besas el vientre,
húmedas olas por toda mi piel,
ahora aquí, ahora allá, como las primeras gotas que caen
antes de que descargue la tormenta: pla, pla, pla.

Nos quedamos dormidos,
pecho y espalda se cierran
como unos labios tras un suspiro.


El río

En otro tiempo hubo un río aquí,
donde ahora hay bancos y losetas. 
Hay más de una docena de ríos bajo la ciudad, 
si hacemos caso a los más viejos. 
Ahora es sólo una plaza en un barrio obrero.
Y tres chopos son la única señal
de que el río sigue ahí abajo. 


En cada uno de nosotros hay un río oculto
a punto de desbordarse. 
Si no son los miedos, es el arrepentimiento. 
Si no son las dudas, la impotencia. 


Un viento del Oeste azota los chopos. 
La gente avanza a duras penas. 
Desde el cuarto piso una mujer mayor
está tirando ropa por la ventana: 
tira una camisa negra y una falda de cuadros
y un pañuelo de seda amarillo y unas medias
y aquellos zapatos que llevaba
el día de invierno que llegó del pueblo. 
Unos zapatos de charol, blancos y negros. 
Sus pies parecían avefrías heladas en la nieve. 
Los niños echan a correr tras la ropa. 
Al final, ha sacado su vestido de boda, 
se ha posado sobre un chopo, torpemente, 
como si fuera un pájaro grande. 


Se oye un ruido. Se asustan los traseúntes. 
El viento ha arrancado de cuajo uno de los chopos. 
Las raíces del árbol parecen la mano de una mujer mayor, 
que espera que cuanto antes otra mano la acaricie. 


[los poemas son del libro Mientras tanto cógeme de la mano, de Kirmen Uribe, Visor, 2002]


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