Me miro de reojo en el espejo,
me busco las cosquillas (o eso intento).
¿De qué vivís, boludo, tan de espaldas
A un mundo que querías y aún no tienes...
(me hago el rioplatense: así me sabe
un poco más a Freud y a Lacán,
y a consultorio, clases de yoga y sentidos de culpa.)
¡Qué bueno estaba Edipo!
… mamá, dame otro poco…
.
Yeso que de enano
creía que un trauma era algo comestible
con cierto sabor a carne y chocolate
y una textura semigranulosa.
Recuerdo que le hinqué el diente
—por primera vez a un trauma—
un día de primavera
Se me olvidó su nombre.
(lo digo así de un soplo:
como en el consultorio).
Recuerdo que era duro
Y me rompió algo dentro
Ahora me remiro de reojo
(no estaría mal un cambio de perfil…)
Más no descubro nada.
Es otra vez la espalda al puto mundo
(o la puta espalda al mundo, no empecemos
a descargar las culpas).
Y sin embargo insisto y me concentro más.
Y entonces sé:
Tres espinillas gordas y una subctutánea,
De las que duelen.
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